Al lado de mi codo, en la barra de un tugurio amarillo, una bella mujer ciega admiraba mi sed, no percibí angustia en su mirada, apenas un rictus de sarcasmo en sus cejas de trasnochado silencio.
Miró mis vasos vacíos, le sonrió a una botella de vino malo y se marchó mascullando en un descuidado abandono.
-otro ciego que no pudo verme.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario